La boca como una metralleta, las
palabras como balas desintegrando cientos de esperanzas por segundo, perforación
o aislamiento pintando los pensamientos de gris, ese color de flores podridas, drenándose
por mis oídos por no retener tanta futilidad, esa la que mata cualquier ser que
mira las estrellas. La viveza que se mengua sin nunca detenerse con ese exceso
de velocidad sin dirección alguna ahogándonos a ambos en nuestra privada
guerra.
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